La Nostra Ciutat el teu Refugi
Durante los meses de noviembre y diciembre de 2022, desde el proyecto La nostra ciutat, el teu refugi, lanzamos un concurso de microrrelatos para que la ciudadanía expresara, de manera amplia, su visión sobre la situación de las personas refugiadas. Para esta ocasión, quisimos centrarnos, tal y como reflejaban las bases del concurso, en el desplazamiento, siempre enmarcándolo dentro de la Protección Internacional. En esta edición hemos recibido un total de 21 microrrelatos (la categoría de menores de edad ha quedado desierta), procedentes de diferentes lugares de España y de otros países, como Austria, Chile, Argentina, Cuba, Perú y Estados Unidos.
Pasos silenciosos
Eduardo Osmar Negri – Santa Fé (Argentina)
Una larga procesión de ojos húmedos y lágrimas que riegan el suelo abandonado, dejando recuerdos y un pedacito de vida; esperanza en el suelo a pisar, proyectos que se arman y desarman como castillos de naipes.
Dejan al descubierto las dos caras de una misma moneda, el humano, la irracionalidad de una guerra y los brazos extendidos recibiendo al desplazado; en el mismo conglomerado se confunden los que se matan y los que curan los heridos, el odio y el amor, el bien y el mal, los que enarbolan la bandera de dios agradeciendo el triunfo y los que se acobijan bajo su regazo en busca de la paz y su magnánima bondad.
No es nada nuevo, está en el ADN desde el primer hombre que apareció en la tierra, a pesar del tremendo avance en la ciencia, en las artes y en la que llamamos civilización, no pudimos superar la barbarie, pueden ponerle el nombre que quieran, cualquier tipo de excusas, pero siempre se reduce al poder de unos pocos para dominar al resto.
Solo repite en silencio ante tu dios o ante lo que creas “El otro soy yo” y no cambiarás el paradigma del hombre, pero puede ser el principio.
Valor de mercado
Rosalía Guerrero Jordán – Valencia (España)
El hombre enciende un cigarro y aspira con fuerza. Su mirada danza entre la multitud apiñada junto a la valla, calibrando el valor de mercado de cada persona. De repente, una sonrisa lobuna se abre paso entre espirales de humo grisáceo.
Da una última calada y lanza el cigarrillo a medio fumar. En el suelo, la colilla se apaga entre la nieve.
Minutos después, el hombre muestra a la mujer un sobre lleno de billetes sucios mientras clava una mirada obscena en sus senos generosos. Ella mira alrededor, aterrada, hambrienta y cansada. Siente el frío congelando sus huesos, y el hedor de la multitud que huye de las bombas.
—No te lo pienses tanto —El hombre empieza a impacientarse. — Con este dinero podrás llegar al otro lado de la frontera y poner a salvo a tus hijos. Solo tienes que entregarme a la pequeña. Es la más guapa, seguro que le irá bien en la vida.
La Avanzada
Yuraima Trujillo Concepción – Camagüey (Cuba)
La niña, sentada entre los escombros, agarró el dedo del padre y lo presionó con fuerzas, mientras con la otra mano se limpiaba el polvo de los ojos para ver mejor. A lo lejos se escuchaba el estruendo de la batalla y volaban ante ella partículas de hollín que se confundían con sus cabellos oscuros. El pueblo entero avanzaba despacio, como si calzaran zapatos de plomo y les doliera demasiado caminar. Abel, el muchacho que tocaba la guitarra en las noches, volteó el rostro hacia la niña al pasar frente a ella, pero no la vio, no podía. Sus ojos habían sido sellados y los dedos, que antes bailaban en las cuerdas de la guitarra, se mostraban torcidos, sangrantes. Vio desfilar a la vecina bonita del apartamento continuo al suyo, con el vestido hecho tirones y la tristeza cruzándole el rostro; su maestra de espejuelos grandes, llevada en andas, con los ojos cerrados y el brazo delgado desplomado, moviéndose como el péndulo de un reloj; y el perro anciano de la familia que vendía panes, cojeando visiblemente de sus patas traseras, sin dueños, siguiendo como un autómata la turba que marchaba delante de él. El estruendo de la batalla se sentía cada vez más fuerte; poco a poco, los últimos pobladores se fueron perdiendo en el horizonte, sin que ninguno de ellos se volteara a mirar la nube de humo y polvo que se levantaba en medio de la plaza.
La niña ni siquiera hizo el intento de seguirlos, siguió aferrada al dedo ya frío de su padre, aun cuando las sirenas anunciaron la última avanzada.