“La vida no es un sueño, la vida es la realidad que puede cambiarse en un momento. La vida es impredecible. Estás en tu cama, cómoda y blanda, rodeada de tu familia, de tus gatos, loros y de tu perro favorito, esperas empezar tu día laboral, que te da mucho placer. Tienes mucha faena, y de repente, en un instante, todo cambia, el país es un caos. Tu vida está llena de dolor y confusión. La mente no quiere y no puede percibir la nueva realidad. Tienes que dejar todo en el pasado, ir a la estación de tren, escuchando cómo vuelan los misiles sobre tu cabeza. Tus padres, tus hermanos, todos se quedan allí, en Kiev, más lejos cada minuto. No hay conexión, no puedes hablar con ellos y no sabes cómo están. Cambias muchos países y ciudades y, por fin, te asientas”.
Cristina Martínez / Altaveu #6 2023
Lidiia llegó a España a finales de junio de 2022 junto a su hermana y su sobrina, como la mayoría de los refugiados procedentes de Ucrania; no tuvo tiempo para reflexionar, en un segundo tuvo que tomar una decisión crucial, dejar atrás su país para buscar un lugar en el que continuar viviendo de manera segura.
Lidiia asiste a un curso de castellano de Accem junto a otros refugiados, como Maksym y Oksana. Conocí a los tres una mañana después de su clase. Ninguno hablaba español en Ucrania y estaban muy contentos de haberse sacado ya el A2… aunque con ese nivel aún les queda mucho por aprender hasta dominarlo y poder acceder a un trabajo. Tanto Lidiia como Oksana tenían sus trabajos y se sentían felices desarrollándose profesionalmente. Lidiia llevaba una década como profesora en educación primaria y como entrenadora de ajedrez, y para volver a dedicarse a cualquiera de estas dos disciplinas en España es fundamental conocer bien el idioma. Oksana, que estudió economía, había emprendido y tenía su propio negocio: ‘Peanut Butter Club’, en Odesa. Una tienda de frutos secos que tenía una particularidad: hacía crema de frutos secos para sus clientes al instante gracias a una máquina única que le permitía crear los patés enfrente de los “lovers de peanut butter”, que podían seleccionar los frutos secos y ver cómo se transformaban en crema.
“El 24 de febrero escuchamos caer la primera bomba en Odesa y nos asustamos mucho. Después escuchamos a nuestros defensores, pero daba igual de miedo. Todo el tiempo sonaba la guerra”. Odesa es la tercera ciudad ucraniana y el principal puerto del país, se le conoce como la “perla” del mar negro, por ser un enclave estratégico garante de la soberanía energética y alimentaria (hierro y cereales), y eso implica que haya mucha defensiva o contraofensiva. “Escuchábamos esta defensiva todo el tiempo y nosotros pensábamos que no era una defensiva, sino que eran bombas rusas. Pusimos gomaespuma y armarios en las ventanas, descolgamos los cristales, todo era muy peligroso, y mis hijas… teníamos mucho miedo. A los dos días cogí un tren con mis hijas hasta Leópolis, y cruzamos a Polonia. Estuvimos en Varsovia, pero seguíamos teniendo miedo porque está muy cerca de Rusia”. Oksana y sus mellizas de 12 años llegaron a España en abril de 2022.
Maksym era menor de edad cuando empezó la guerra en Ucrania y cuando habla se le nota la jovialidad de una vida incipiente. “Rivne, mi ciudad es pequeña, para mí perfecta. Había empezado la universidad de cocina… asistí solo a unas diez / once clases, aprendí muy poco. Iba a empezar las prácticas cuando estalló la guerra. Mi madre quería salir de Ucrania, ella nos dijo a mi hermana menor y a mí que no sabe qué va a ser de Ucrania el día de mañana, y que en Europa tenemos protección, esto es una alianza. En Ucrania también teníamos protección, pero no mucha. Yo salí con 17 años, en octubre cumplí los 18. Mi madre es agente de turismo y fue fácil salir de Ucrania”. Maksym y su familia llegaron a España en marzo de 2022. Su madre también está aprendiendo castellano y su hermana va a la escuela pública, al igual que las hijas de Oksana y la sobrina de Lidiia.
Maksym también cuenta que le han concedido el ‘Canada-Ukraine authorization for emergency travel’ (CUAET) y en unas semanas, posiblemente, se vaya para los próximos tres años a Montreal con un visado para trabajar. También, que tiene un hermano mayor que hacía años que se había ido a vivir a China, “mi idea era irme a China cuando acabara la carrera, y aprender chino. Ahora aprendo español, que es como si fuera chino, y cuando llegue a Canadá, aprenderé francés”. Aunque la guerra le haya supuesto un revés en sus planes, que no haya podido prácticamente ni empezar la carrera de chef, y que sus abuelos, su tío y su perro sigan en Ucrania, haber abandonado su país le ha permitido no tener que vestirse de militar ni estar en primera línea de guerra. ¿Y tus amigos? “Muchas personas que quiero han salido de Ucrania. Tengo un amigo en Canadá. Y el resto, en Telegram y WhatsApp”. Maksym pertenece a la generación Z, es un nativo digital, que, social y familiarmente, ha aprendido a adaptarse a nuevos entornos, con movilidad geográfica global y que considera, de alguna manera natural, la posibilidad de inventarse su propio futuro laboral.
La integración en un país extraño
Si, en el caso de Maksym, se observa el interés de aprender el idioma, su integración se tendrá que dar en Canadá. Es en Lidiia y Oksana donde se advierte la voluntad de encontrar el modo de rehacer su vida aquí, momentáneamente o por tiempo indefinido.
“Estoy feliz de estar exactamente aquí, en España. Los españoles saben vivir y disfrutar de la vida, es estupendo y eso me inspira. Mi segundo lugar es Cullera. Cullera es bella y maravillosa. Admiro sus calles, fortalezas, y sus impresionantes vistas al mar y a las montañas; la iglesia, los museos, y los campos de arroz que rodean la ciudad. Es agradable poder ir a jugar a los parques y a las playas de arena blanquísima. La vida es muy buena, es maravillosa, pero no lo es tanto cuando tu pueblo sufre torturas, cuando los niños de tu país están muriendo, y cuando las casas están siendo bombardeadas. Cuando tu familia está en peligro y muy lejos de ti. En estos momentos es imposible disfrutar de la vida”. Lidiia se emociona mientras transmite esa dualidad entre el agradecimiento de ser refugiada en España y la impotencia de la guerra. “En las normas internacionales de los Derechos Humanos se establece el derecho de cada persona a la vida, pero por desgracia, los ucranianos no lo tienen. Es una lástima que en el S.XXI tengamos que luchar por este derecho”.
En el caso de Oksana, su deseo se centra, por un lado, en ver integradas a sus hijas, y para ello se exige que todas aprendan más rápidamente el español. “Nos sentimos aceptadas por la gente de la escuela, son comprensivos y empáticos. Pero mis hijas tienen 12 años y están acostumbradas a ir a muchas actividades; en Odesa iban a clases de danza, de acrobacias, y de inglés, también iban a ajedrez y a tecnología. Ahora, ellas necesitan realizar también ese tipo de actividades”. Es en estos espacios, donde además de aprender distintas disciplinas, conectan con otras personas con sus mismas aficiones, es donde van a poder crear nuevas amistades, de la misma manera que asistiendo a los cumpleaños, a los que aún no han podido ir, “No vamos a los cumpleaños porque no hablamos bien, es complicado porque ya no son niñas, los cumpleaños no son ir a jugar a un parque”.
Y por otro, en su desarrollo profesional, “Yo necesito aprender más y más español porque necesito trabajar. Quiero más clases porque, aunque soy economista, no tengo mi diploma. Yo no sabía qué traer conmigo, ni cuánto tiempo íbamos a estar fuera, me convencí de que serían solo dos semanas. Ahora, no montaría una tienda porque no sé cómo funcionan los negocios en España. Lo que querría es hacer un curso de agente inmobiliaria, o de agente de viajes”.
Los tres tienen una actitud muy agradecida con el Estado español, con los y las españolas, y sobre todo con Accem. Maksym lo resume en una frase: “sin Accem, no hay casa, comida ni agua”. Oksana, además de la importancia de tener una casa y de que sus hijas vayan a la escuela, agradece “la ayuda psicológica, y que, para cualquier problema, los trabajadores sociales siempre están atentos a nosotras, todo funciona bien y nos sentimos seguras”. Y Lidiia, habla de su experiencia en otras organizaciones en las que estuvo acogida antes de llegar a Accem para destacar “que es la que mejor nos ha ayudado, además del hogar y del dinero, saben empatizar, mostrar el apoyo y la solidaridad. Su ayuda y atención son valiosas”.
Las esperanzas
Lidiia, en su tono poético afirma que lo que quiere es “que la guerra sea un mal sueño, una pesadilla” y tiene un deseo para todos los ucranianos, “que la guerra termine y que Ucrania obtenga la victoria. Para los ucranianos es imposible disfrutar ahora, pero todos vivimos con un deseo único de ganar y obtener la victoria. Y yo quiero volver a Ucrania a estar con mi familia, me gusta mucho estar aquí, pero Ucrania es mi lugar”.
“Volveré a Ucrania cuando ya no esté Rusia”. Oksana es la que más rabia verbaliza contra Rusia, a su esperanza de volver a Ucrania le siguen palabras de rencor y daño hacia Rusia. “Solo tenemos este día, no sabemos lo que será el futuro, así que vivimos este día”. Ella también tuvo la oportunidad de entrar en el programa canadiense CUAET, sin embargo, después de conocer España, no ha querido irse a Canadá.
Es Maksym quien va a volver a volar. “Aún no tengo fecha para Canadá. No sé lo que me deparará el futuro, pero tengo un visado para trabajar durante los próximos años”.