Persistir, luchar, germinar…, cultivar un presente propio

Persistir, luchar, germinar…, cultivar un presente propio

Lucía Márquez Martínez | Altaveu #5 2022

Cada uno de nosotros está compuesto de palabras. Palabras que nos describen y nos protegen, que nos envuelven y nos modelan. Palabras que tratamos de alcanzar y otras que deseamos dejar atrás por siempre jamás. En el caso de Sylvie (nombre ficticio para preservar su identidad), los dos verbos que atraviesan sin ambages su trayectoria vital son pelear y germinar. Perseverar en la contienda a pesar de todos los obstáculos y las incertidumbres; cultivar la persistencia en terrenos que a primera vista pudieran parecer yermos. Persistir y hacer brotar un presente propio, un presente del que poder ser dueña.

Sylvie tuvo que abandonar su Costa de Marfil natal por motivos políticos y llegó a España en 2014. Desde nuestro país viajó hasta Suecia y en 2016 regresó, primero a Madrid, y acabó finalmente recalando en València, donde reside actualmente junto a su hijo de cinco años. Tejer una nueva vida en un lugar que le resultaba completamente ajeno, en una lengua que no era la suya y sin más brújula para guiarse que ella misma no fue precisamente una tarea fácil. Tampoco ella trata de edulcorar su trayecto vital: “Durante mucho tiempo necesité la ayuda de Accem, que me estuvieron dando apoyo económico, social y educativo hasta que conseguí comenzar a mantenerme por mí misma. Si no fuera por los recursos que me facilitaron, no podría tener la vida que tengo ahora. Es cierto que mi camino ha sido un poco complicado, pero hay que luchar y luchar continuamente. Si no, ¿qué haces?”, comenta rotunda.

Esa voluntad de batallar la existencia cristalizó, entre otros muchos retos, en aprender a leer y escribir, dos competencias emancipadoras y cargadas de futuro. Si para un adulto el proceso de alfabetización es una senda compleja y exigente, aquí se le suma la bola extra de tener que llevarlo a cabo en un idioma diferente a su lengua materna. Así, Sylvie, criada en francés, comenzó a aprender a trazar palabras sobre el papel al tiempo que aprendía a pronunciarlas en castellano. Un viaje lingüístico, neuronal y sentimental. Porque no se trataba simplemente de ganar capacidades de cara al mercado laboral, sino de hacer más fácil la existencia cotidiana a este lado del Mediterráneo por el simple hecho de entender a sus vecinas. “Si no hablas el idioma, nadie te va a contratar; pero más allá de eso, aprender la lengua del lugar en el que vives es fundamental, porque, si no entiendes lo que dice la gente a tu alrededor, es mucho más difícil conocer sus ideas y confiar en ellos”, explica.

Ya con un buen puñado de formación académica en sus alforjas, Sylvie logró acceder por fin a los vaivenes del empleo. Durante una temporada fue camarera en un restaurante (“pero eran pocas horas, no me compensaba”, relata) y, desde hace tres años es operaria en un almacén de fruta (pues, aunque algunos finjan no saberlo, las naranjas y los aguacates no aparecen por arte de magia en los lineales del supermercado: son las manos y las espaldas de conciudadanos anónimos las que hacen posible que llenemos la despensa y el buche jornada tras jornada). Y como el aprendizaje es una travesía que no tiene fin, trabajar rodeada de otras personas le está ayudando a ganar más fluidez con el idioma, “estar cada día practicando y hablando con los compañeros me ha ayudado a avanzar muchísimo. Sola en casa, sin nadie con quién conversar, ¿qué vas a aprender?”, subraya.

Más allá de latitudes, geografías y costumbres, ¿hay ecos de Costa de Marfil en su día a día junto al Túria? “La vida en València es mucho más tranquila que en Costa de Marfil –contesta decidida–. Aquí no tengo miedo de caminar de noche por la calle, allí directamente no lo hacía: a partir de cierta hora no salía de casa porque era muy peligroso”. Pero, aunque sus rutinas actuales no compartan apenas una brizna con las de su tierra de origen, Sylvie no considera estas dos etapas (su ayer y su hoy) como compartimentos estancos de su existencia, sino como un mismo hilo de experiencias que la mantienen en continua transformación. “En mi caso, no puedo decir que empezara de cero en València –cuenta–. Más bien, veo la vida como una escalera en la que tienes que ir subiendo peldaños, hay que seguir andando cada día y aprender nuevas cosas”.

De los escollos con los que tropieza en su actualidad más rutinaria, destaca la dificultad de compaginar el horario laboral con la crianza de mi hijo. Un conflicto compartido por muchas familias monoparentales, pero que se agudiza ante la ausencia de una red de parientes y amistades a las que poder recurrir en caso de necesidad: “A veces no tengo con quién dejarlo para que lo cuide, pero no puedo faltar al trabajo porque ahí pongo en riesgo mi sustento y corro el riesgo de quedarme sin ingresos con los que pagar el alquiler y acabar en la calle”. La falta de un colchón económico, ese tejido de seguridad es, de hecho, un manantial de miedos que no acaba nunca de desvanecerse: “en todos estos años, el momento más duro para mí fue cuando sabía que se me iba a agotar la ayuda económica de Accem. Me preocupaba mucho no encontrar trabajo, no poder pagar el alquiler, no tener medios para sacar adelante a mi hijo, estando yo sola en València… Por suerte no fue así”, relata Sylvie.

A pesar de la soledad, las dudas y los temores, para ella dar un paso atrás no es una opción: “A veces me pregunto por qué estoy aquí, pero lo tengo claro: para proporcionarle un futuro a mi hijo. Sin él, mi vida sería muy diferente a la que es ahora”. A primera vista, se podría pensar que criar a su pequeño en su país de acogida, lejos del lugar en el que ella nació y creció (y donde todavía residen sus otras dos hijas) supondría para Sylvie una fuente de contradicciones y desarraigos; sin embargo, ella, siempre a lomos de la batalla cotidiana, prefiere pensar en las coordenadas del presente y el aquí: “sus raíces están en Costa de Marfil, sus orígenes son africanos, pero él se ha criado aquí, este es su país y creo que es importante que lo sienta así, que sienta que pertenece al lugar en el que está creciendo y que vea a los niños con los que juega en el colegio como compañeros”.El deseo de continuar cabalgando la vida es para Sylvie combustible y refugio al mismo tiempo, una razón para seguir caminando y un horizonte de esperanza con el que encadenar despertares. “Hay una frase en francés que dice: ‘Uno solo puede dar lo que tiene’, lo que no tienes no lo puedes ofrecer. Por eso, considero que es crucial formarse, para poder dar más a los demás. Intento transmitir ese consejo a otras personas que veo que están en situaciones tan difíciles como estuve yo”, comenta. Seguir luchando por conquistar la cotidianeidad.

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