Yurii y los todoterrenos cargados de esperanza

Yurii y los todoterrenos cargados de esperanza

Vino en 2017 a València, desde donde Yurii conduce coches hasta los topes de aquello útil en primera línea de guerra en Ucrania, país que guarda sus recuerdos de infancia

Jose Ruiz / Altaveu #6 2023

Llega caminando con paso trotón balanceándose sutilmente de costado a costado y fumándose un cigarro por las calles de La Raïosa, donde las vidas no poseen muchos algodones. Mira fijamente para que se sepa a quien se está dirigiendo y aprieta fuerte la mano al saludar. Lo primero que hace es improvisar porque el restaurante que escogió para estar cómodo en la entrevista está cerrado por ser lunes. El café y la conversación no pueden ser en ese local cuco con lucecitas pequeñas en la terraza que parece el decorado de una película con canciones de Abba.

Anda para buscar un sitio en el que responder las preguntas, pero primero es él el que se preocupa por los demás. Tras unos pasos y la toma de contacto, pilla asiento. La cafetería, muy próxima a la Jefatura Provincial de Tráfico.

Él es Yurii (Jersón, 1980) y vino a València en 2017 por problemas políticos en Ucrania y por cuestiones que “no vienen al caso”. El viaje lo hizo con su mujer y sus tres hijos, de 12, 17 y 22 años. Se le llena la boca de agradecimiento a la hora de hablar de lo que le gusta la terreta, su idioma y de todo el equipo de Accem en València y en Albacete, que les dieron la posibilidad de adaptarse. “Es una maravilla”, reafirma entre risas.

Al venir como refugiados, Cruz Roja les ayudó y los llevaron a Albacete un año. Y volvieron a València porque a su hija mediana le encontraron en la primera revisión rutinaria de sangre una “enfermedad muy grave, renal y rara”. Su mujer le donó un riñón y aquí pueden estar cerca de La Fe. Yurii da gracias a las estrellas y a Dios por alienarse y que le diagnosticaran lo que le sucedía. En Ucrania no le vieron nada. Este grandullón amigable no tolera los lamentos y cuenta esto mostrándole su gratitud al camarero, llamándole caballero, por traerle el cortado.

Nació al sur de Ucrania. Todos sus recuerdos de infancia, anclados a las orillas del mar Negro y del río Dniéper y a una ciudad que “están destruyendo cada día”. Desde aquel 24 de febrero de 2022 en el que los tanques rusos rompieron la madrugada ucraniana, Yurii, que ha trabajado como chófer para Amazon, quiso cooperar con su país porque “está en problemas y hay que solucionarlos”. Junto con otros refugiados en València, ayuda llenando hasta los topes todoterrenos con ropa, medicamentos y todo aquello que sea útil para el ejército ucraniano en la primera línea de batalla. Yurii, que matiza que él no es el que los compra, sino un compatriota suyo con dinero; es quien conduce los vehículos hasta las fronteras.

“Veo que la gente ahora está compitiendo, que tengo muchos conocidos, amigos, muchos que ya no están vivos y veo que hay que ayudar”, reflexiona Yurii, que añade: “Hay que ayudar porque, lamentablemente, Ucrania todavía sufre de mucha corrupción”.  

“Imagina si merece la pena comprar un todoterreno en València y llevarlo a Ucrania, aunque sean casi 4000 kilómetros, para que los chavales tengan este vehículo”, explica. No todas las personas actúan igual ante la situación extrema, el dolor emocional, físico y la incertidumbre sobre el futuro que provoca un conflicto bélico. Yurii decidió ayudar a sus compatriotas con este horror. “Es porque todavía soy patriota de mi país y quiero terminarlo. Me duele ver cómo están destruyendo mi ciudad y mi país”. Aunque lo califique como un céntimo de un depósito de gasolina lo que él hace en relación a que Ucrania consiga la victoria y se quite importancia, es una acción muy valiente.

Yurii opina que hay dificultades y que la vida no es fácil. Ríe de manera despistada cuando conversa sobre las trabas que tuvo en los seis viajes que hizo en los últimos dos meses, comenta: “Para llevar coches no. Lo único que no puedo entrar en Ucrania porque no me dejarían salir. Me obligarían a quedarme y puede ser que me lleven a combate o no, pero seguro que no me dejarían salir”. “Dejo los coches en Polonia y allí los arreglan y los pintan”. El recorrido es largo, varios países y, como le pasó en Alemania, le toca hacer cientos de kilómetros con lluvia, niebla y viento a la vez, momentos que graba en su móvil.

Entretanto, mientras Yurii bromea cogiéndose la cartera porque en uno de sus viajes dejó el coche en Rumania, donde dos chicos le facilitaron las cosas para ayudar a una familia que vio cómo destruían su casa una semana atrás, se escuchan de fondo el traqueteo de las ruedas contra las baldosas para ciegos de aquellos que corren porque llegan tarde a la estación Joaquín Sorolla para subirse al tren.

La cotidianidad de una mañana y lo efímero de personas trabajando o haciendo recados en la calle se cruzan cuando Yuri habla que, tras el primer viaje, guardaba muchos recuerdos, pero la rutina hizo que la magia se disipase como el humo del tabaco. Cigarros extraídos uno a uno del bolsillo de su chaquetón sin sacar el paquete.

“Cuando saltó la guerra, estaba muy loco. Quería irme a combatir, pero tenía un dilema moral muy grave porque no podía abandonar a mi familia y llevarlos es una tontería. Lo primero: hay mucho peligro y segundo: mi hija y mi mujer después de la operación tienen que estar aquí. Entonces tenía un dilema muy profundo, pero, finalmente, puedo ayudar desde aquí”, describe Yurii.

Convencido que una guerra disminuye tu vida rápidamente, Yurii narra cómo metes todas las cosas que tienes en dos o tres bolsas, después al maletero y vas a un lugar que no conoces. Detalla: “De verdad, es supercomplicado porque no sabes realmente dónde vas y tienes que entender que no tienes nada ya. Tienes que empezar otra vez de nuevo”. “Es mucho mejor abandonar tu casa, con tus rollos, con tu vida, con tu tele grande que has querido comprar durante tres años y que has conseguido y tienes que dejarlo. Es mucho mejor dejarlo que morir en casa porque te entra un misil. Entonces, la vida tiene muchos más valores que lo material”, remarca, añadiendo que “cada uno tiene su sistema de valores”.

Mientras salva vidas, Yurii asegura que no entiende las causas de la guerra. “Hasta el último momento creía que Rusia no se iba a meter. Es una guerra entre Rusia y civiles ucranianos. Por ejemplo, en mi ciudad, Jersón, los militares no están. Están alrededor y fuera, pero 30 bombardeos al día. Están destruyendo las casas de los civiles”.

Los ucranianos a los que ayuda son de todas clases sociales, algunos pueden comprar viviendas en cualquier lugar del mundo con facilidad. “Las bombas en Ucrania no eligen a quién matar, ni a pobres ni a ricos. Para seguir viviendo hay que escapar”, sentencia Yurii, siendo directo con sus palabras, como en su manera de agarrar el pitillo y de fumar. Y ahora se toma el café frío por el largo rato de conversación.

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