Altaveu #5 2022
Durante el mes de enero de 2022, desde el proyecto La nostra ciutat, el teu refugi, lanzamos un concurso de microrrelatos para que la ciudadanía expresara, de manera amplia, su visión sobre la situación de las personas refugiadas y la convivencia en las ciudades de acogida, centrándose en algún aspecto relacionado con el empleo, a través de un título tan sugerente como es: “el refugio del mundo laboral”. Recibimos un total de 22 microrrelatos (tres de ellos en la categoría de menores de edad), procedentes de diferentes lugares de España y de otros países como Ecuador, Colombia, Argentina y México.
Categoría mayor de edad
Bajando a tierra
Esteban Pedro Igarzabal – Buenos Aires (Argentina)
Bajamos a tierra el trece de enero, de buques sucios e inesperados. Ahora estaba ahí, solo, sin amigos ni familia…, los segundos, más cobardes, quizás más sensatos; de todos modos los extrañaba. Se me hizo una pregunta al llegar, y luego otra vez, y otra vez…
Nos reunían como ganado, pero no esperando la muerte, sino todo lo contrario. Sentí el desasosiego de estar fuera de mi patria…, ¿debía sentirme agradecido?
La pregunta volvió a repetirse. No hablé, aún seguía inmiscuido en mi romántica exigencia, en mis derechos, en mis costumbres, las que había abandonado por algo…, mejor. La verdad era que ciertas costumbres se habían vuelto insostenibles… Cuando rozan lo cercano, la respuesta es única.
Miré al costado: una familia lloraba, feliz, otra sonreía en medio de esta debacle. Se nos había prestado un servicio, una mano de quien no se pide, por el contrario, del puñal de quien nos debe. Sí, debía sentirme agradecido, independientemente del lugar en el mundo que cada persona debería ocupar; yo estaba ahí. Bajé mis pretensiones al comprender la situación en la que me encontraba…, y en la que me encontraba antes. Gozaba de ciertas comodidades hasta hace no muchos días, pero ahora, era libre, y no necesitaba rehuirle al cliché; supe, al regresar, la pregunta, que aquello no podía ser pagado con las monedas convencionales. Entonces tuve miedo, pero el miedo de la expectativa hacia el futuro, no el de la incertidumbre cotidiana, de aquella mentira que me proponía dar vuelta la cara, y, seguir.
La pregunta fue repetida una vez más, y una mano amable se posó sobre mi hombro.
—Señor, necesito anotarlo, ¿Por qué se encuentra aquí?
Huyendo de algo peor, pensé, pero no le respondí todavía, en la garganta tenía un nudo que las palabras no podían desatar.
La clau del refugi
Rosa Izquierdo Martínez – Peñíscola (España)
Era dilluns, de bon matí. Va respirar profund i, mentre una llàgrima li recorria la galta, va girar la clau.
De cop va recordar que, des de ben petita, només arribar a casa corria cap a la mare i li contava alguna de les històries que inventava mentre tornava de l’escola i com, amb els ulls de qui acaba de descobrir el més preuat dels tresors, un dia li va dir que volia ser escriptora.
Va ser un poc després quan va esclatar la guerra. Les finestres de casa es van tancar, i ja mai més va poder contemplar els estels d’aquell cel ras on els personatges cobraven vida i que ara no era més que fum i brossa.
L’escola va esdevenir caserna. La biblioteca es va reduir a cendres i els llibres es van haver d’amagar. La por va apagar els mots i la fam, els somnis.
Va fugir.
Els forrellats que tancaven les esperances se succeïen. La mort dels pares. Els soldats. La frontera.
Els companys i les companyes que no van arribar. La burocràcia. Els prejudicis.
Era dilluns, de bon matí, i tot girant la clau, obria la porta de la seva nova feina, de la seva nova vida.
Va entendre que aquell «bon dia!» volia dir «benvinguda», i amb els ulls envaïts per l’entusiasme de qui ha trobat una clau per obrir tots els panys que romanien tancats, les paraules van brollar des del més profund dels silencis i, després de molt de temps, va tornar a contar una història, la seva pròpia història.
Les esperances s’obrien de nou. Una ciutat que ja era casa. Un cel blau, mediterrani. Una llengua que havia fet seva. Un quadern. Un llapis. Una història per escriure. I aquell somriure valent que se li dibuixava als llavis.
Los que se van
Sebastián Espinosa Carrera – Quito (Ecuador)
Tenía tres años cuando mi padre tuvo que migrar en busca de mejores oportunidades. Con frecuencia las personas olvidan que uno no deja la comida, el idioma, la religión, la música, los amigos y la familia por gusto. En muchos casos huir del barco que se hunde es la única salida que queda y por eso se arriesga incluso la vida. ¿Quién deja a sus hijos por propia voluntad? Mi padre tuvo suerte, al menos llegó vivo a su destino y consiguió trabajo rápido, pero como era indocumentado sus condiciones fueron precarias.
La primera vez que me llamó me contó sobre la frustración que sentía –cuatro años estudiando ingeniería para ir a limpiar pisos en otro país– me dijo. Y todo para que en las calles le digan que no es bienvenido, que le quita el trabajo a la gente. ¿Qué mérito tiene haber nacido por azar en un territorio con más recursos económicos?, la verdad, ninguno. Sé que donde él está a diario se escucha en las noticias de una “ola migratoria”, como si fuera una gigantesca marea de problemas. En la comunidad de los que ya no tienen comunidad todos son delincuentes porque se los trata así.
A diario pienso que, si yo hubiera nacido en una familia con dinero, habría crecido con un padre. No con una foto, una llamada y una transferencia bancaria cada mes. Eso es mi papá ahora, lo llamo así solo porque comparto su sangre y apellido, pero la verdad es un desconocido para mí. Tener una familia me fue negado por las circunstancias, mi papá no se fue porque quería, sino porque le tocaba. Lo que siempre me dolió fue saber que todos los días se despertaba y salía a trabajar sintiéndose Gregorio Samsa.
Categoría menor de edad
Los secretos del mar
Marina Herrero Segado – Castellón (España)
Cuando me concedieron la oportunidad de vivir y trabajar en España, mi cuerpo reaccionó de la manera más común posible que todos tenemos para enfrentarnos a lo desconocido, y es que tuve una sensación de miedo que me sacudió los adentros. En realidad… ¿qué tan desconocido me resultaba? No era algo extraño que hubiera obtenido aquel trabajo en la lonja tras haber tenido que mostrar mis habilidades ante los otros candidatos, sobre todo, teniendo en cuenta lo bien que conocía el mar.
Conocía en profundidad todas sus caras y vidas ocultas porque los caminos que topé me habían llevado a hacerlo. Sabía de su cara más amable, que ayudaba a mi pueblo a obtener recursos, al igual que lo hacía con otros. También tenía la suerte de haber encontrado en él un halo de misterio, y es que al alba se convertía en almacén de nuestros anhelos y deseos que todos abandonábamos allí cuando mantenerlos en secreto pesaba tanto que dolía. Ante todo, había presenciado la noche volcada en el mar. La podía ver en mi familia que me echaba en falta desde que marché a trabajar o, incluso, en mi vecino, que soñaba con cruzarlo. La vi en esa niña que sollozaba al borde del agua porque sabía que nunca más vería a su padre.
En definitiva, el mar no era desconocido para mí, así que emprendí mi nueva vida con valentía.